dimarts, 24 de novembre del 2009

PRESENTACIÓ - Toni Montesinos, text íntegre.

Echando la vista atrás, percibo el paso implacable del tiempo: han transcurrido casi veinte años desde que conozco a Marc Gual. Y hay felicidad y rabia en eso: satisfacción por haber gozado de una gran amistad con él, y turbación por tener ya demasiado lejos aquellos años juveniles, universitarios, de búsqueda y hallazgos, de pérdidas y también certezas, de muchas noches y algunas albas, de muchas conversaciones, confidencias, dramas y alegrías, e incluso un curioso viaje mallorquín conjunto. Y me remito a ese tiempo inicial que nos reunió a ambos, dichosamente, y que ya son un suspiro, porque a la hora de presentar este libro me venía de continuo la imagen de una escena concreta: exterior, mañana, patio de la facultad de filología. Marc enseña, reparte copias de su cuento «La maldición del cronista». Hay personas interesadas alrededor, y esas páginas firmadas por él son un pequeño gran acontecimiento. Yo observo y retengo lo que sucede. El escritor en ciernes que era Marc Gual, que ya había escrito algún cuento antes –si no me equivoco, «Educación para las claras y las yemas»– nace ese día: es la jornada en la que comparte su obra, como hoy, en esta tarde tan especial para todos los que le queremos.

«La maldición del cronista» es un relato excepcional, perfecto en su escritura primera, precoz, pero que aquel Marc veinteañero va a seguir puliendo con el paso de los años. Y estas dos cosas precisamente van a ser las que marcarán su andadura: por un lado, la constante corrección, revisión de lo escrito, en pos de afilar más la puntería literaria, algo tan extraño como admirable hoy en día en nuestro entorno cultural, ávido por publicar enseguida; por otro lado, la recreación interminable, en su yo más profundo, del tema central de ese hermoso cuento: la elección entre la vida y la literatura, entre la cotidianidad doméstica y familiar y la entrega al mundo interior artístico. Esta última preocupación va a perseguir a Marc Gual, que hoy la está sintiendo con la mayor intensidad, pues llega a su clímax, a su materialización en forma de libro editado. Su primer libro publicado después de veinte años bregando con esa lucha: escribir o no, pero siempre teniendo la conciencia de la escritura, del intelecto lingüístico, lo que ha generado reflexiones memorables por su parte, que yo he tenido el privilegio de escuchar a solas durante cientos de horas compartidas alrededor de una taza de café mañanero o una cerveza nocturna.

En estos recuerdos hay más instantes que convocar, más escenas que hoy desearía compartir. En los años noventa, yo me relaciono con un sinfín de actividades literarias, viajes, colaboraciones. No consigo arrastrar conmigo a Marc en todo ello, agazapado en un anonimato en el que se siente más seguro. Actitud rara para mí por entonces pero que ahora cobra toda su potente coherencia: este era el camino predestinado de Marc, que escuchaba mis peripecias, y en cierta forma él las vivía también, tan lejos y a la vez tan cerca. En todo caso, me desorienta entonces que un talento puro como el de él no le lleve a volcarse en la escritura, pero respeto su camino, entiendo su oscura incertidumbre, pues nuestras almas son gemelas en muchos aspectos y lo sabemos absolutamente todo el uno del otro. Y así, con su consentimiento, decido ser su hombre de acción, una suerte de albacea o agente literario de sus escritos. Son demasiado buenos para seguir inéditos. Y eso me lleva a la siguiente imagen: está amaneciendo, estoy en un hotel de Caracas, adonde he llegado el día anterior, y leo por enésima vez «La maldición del cronista», que ha cruzado el océano conmigo. He publicado mi primer libro en Venezuela, por efectos del azar, y quiero eso también para Marc. Es el año 1998 y compruebo que aquella primera sensación se repite y se refuerza: es uno de los mejores relatos que he leído y leeré en mi vida.

No es simple aprecio de amigo, sino que van surgiendo los lectores imparciales que guardan una buena opinión de ese relato. De tal modo que compruebo cómo el texto también le gusta a uno de los mejores lectores que hemos tenido en España: el recientemente desaparecido Rafael Conte, crítico literario de tantos periódicos, lector impresionante, tan culto como dicharachero y siempre atento a los autores noveles. No en vano, lo conozco, a él y la revista que coordina, El Extramundi, en un congreso de jóvenes escritores organizado por la Fundación Camilo José Cela. Meses después de aquella reunión, le escribo una carta hablándole de Marc, sería en 1999 o 2000, enviándole yo mismo «La maldición del cronista», indicándole la temática y el estilo de esa bella obra. El cuento tarda en aparecer, pues se trata de una publicación de periodicidad trimestral, pero ve la luz y su espera merece la pena, pues la revista proporciona separatas, que algunos de los asistentes aquí tendrán en su poder.

No quiero alargarme en estos antecedentes de «La maldición del cronista... y otros cuentos lamentables», que era el título que barajó siempre el autor, pero que al final ha podado, de manera acertada, indicando en la contracubierta el porqué de ese trasfondo lamentable. Pero es necesario apuntar cierta cronología para cerrar el círculo de acontecimientos esta tarde. Así las cosas, Marc sigue escribiendo a cuentagotas, y a la vez, por la brillantez de sus ideas, por la dimensión de sus aspiraciones estéticas, veo en él a un escritor completo, poseyendo historias definidas en su imaginación con claridad, con palabras precisas: concibe Las palabras del agua, formidable novela que sin embargo no está escrita; va pensando en Els menyspreadors màrtirs, que estoy deseando leer pero cuyas hojas siguen blancas. Es la poética del silencio, de la escritura interior, la que proyecta Marc al mundo: es un cuentacuentos mudo, es un francotirador que oculta sus armas. Por eso, cuando se pone a escribir después de meses e incluso años de darle vueltas al argumento, a la estructura, al lenguaje de un cuento, el texto resultante es siempre una lección de maestría léxica, de paciencia sintáctica, de simbolismo narrativo.

Y en paralelo, qué decir de estos años del siglo XXI: su lucidez de hombre maduro y responsable, su mente superdotada y corazón de oro para entender a los demás, para comprender el mundo y ponerle nombre al dolor, tiene entonces continuas amenazas que limitan sus lecturas y su escritura: durante numerosos años, le acechan sombras demoníacas, las cuales marcan el ritmo y las acciones de sus días, que lo limitan a ser un individuo con fronteras que no puede derribar. Por desgracia, sufre ciertas visitas puntuales, tangibles, pequeñas y peligrosas; tres visitas como los espíritus del cuento de Navidad de Dickens, pues son visitantes que le impelen a pensar con la mayor de las fuerzas en su pasado, su presente y su fututo, la primera vez cuando está a punto de ser padre de su primer hijo; un problema que ha podido y sabido superar para alivio de su familia y amigos. Es un pensamiento del todo egoísta por mi parte: con Marc Gual, el mundo me resulta más habitable, la vida tiene algo más de sentido.

Lo digo por experiencia. Marc Gual que me ha salvado muchas veces, ha evitado que me desmorone, sucumba al fracaso o a la soledad. Simplemente, escuchándome. Porque no hay nada que más acompañe que la presencia activa de un escuchador que atiende tus preocupaciones y se pone a meditar contigo, que te consuela, te esperanza, te apoya, día tras día, sin descanso. Desde que lo conozco, cuando yo no tenía expectativas de vida ni de trabajo, también en los periodos en los que he andado la travesía del desierto de no poder divulgar mi obra, que se almacenaba en el cajón y recibía docenas y docenas de rechazos, y hasta hace relativamente poco, en un triste asunto del que hubiera salido mucho peor si no es por él, su voz siempre ha estado disponible, con una atención desmesuradamente amable, tierna y reflexiva. Tal cosa, y perdonen este pasaje demasiado personal (aunque tiene sentido por lo que diré después), es algo tan extraordinario, de lo que me siento tan orgulloso, que en un día como hoy no puedo dejar de decirlo. Porque personas de la calidad humana y generosidad de Marc hay muy pocas, quiero decirlo alto y claro. Todavía recuerdo aquella anécdota que me refirió hace ya tanto: habíamos salido por la noche, él volvía a casa y se encontró con una pareja que discutía con gran agresividad. Marc, siempre dispuesto a mediar para reconciliar, intervino en la oscuridad de la calle imponiendo la palabra moderada para derrocar la violencia verbal, y quién sabe si física, cuando muchos de nosotros nos hubiéramos alejado cobardamente por el temor de presenciar algo que nos incomodara.

Nada de lo dicho hasta este instante, por mucho que revista un trasfondo sentimental, es gratuito. He querido hablar del hombre porque así entenderemos al artista, porque la obra de Marc, sin ser en absoluto autobiográfica, es totalmente biográfica: por medio de otros personajes, de símbolos, de cosas que le pasan a otros, descubro su alma delicada, contradictoria, sus pensamientos heridos. He aludido a la capacidad de empatía de Marc, a su confianza en el diálogo, en la palabra, porque tales cosas son nucleares en sus relatos. Es el resultado de sus grandes dotes de observador, de escuchador: la manera en que tiene de recrear su entorno mediante la PALABRA como herramienta de vida, comunicación, atención al otro. Algo que habrán tenido la oportunidad de notar los alumnos a los que ha tratado de transmitir el amor por la literatura, desde hace más de diez años como profesor de enseñanza secundaria. Qué suerte han tenido todos ellos.
Yo mismo me siento su alumno aventajado; he aprendido tanto de sus consideraciones, de su querencia por las lenguas española y catalana, que cuando leo sus relatos sólo hago que comprobar la lógica de su arte en vida extendiéndose a su arte escrito. ¿Cómo escribe Marc Gual, a qué se parece lo que escribe? Como en todo autor original, es casi imposible identificar sus influencias: a Marc le ha influido cualquier escritor que haya prestado máxima atención al tratamiento del lenguaje, al discurrir de las frases, a la sintaxis limpia, melódica, audaz. Por eso Marc degusta con tanta intensidad la poesía y la prosa de nuestro Siglo de Oro, así como un verso de Rubén Darío, un párrafo de García Márquez o un capítulo novelesco de Luis Landero. Dice Juan Carlos Onetti sobre Chéjov: «Sus obras tenían el tierno susurrar de la vida cotidiana y ordinaria, la inutilidad melancólica de los recuerdos», y eso mismo podría afirmar de los cuentos de Marc. Dice Clarice Lispector en uno de sus cuentos: «La verdad sólo cabría en símbolos, sólo en símbolos la recibirían», y me ocurre igual, que pienso en Marc al leer estas palabras, pues lo simbólico atañe también a nuestro amigo, de ahí que a veces sus historias sean metafóricas, en especial en la primera parte, «Cuentos de lejos», de corte fantástico.

Mi ejemplar del libro está lleno a rebosar de frases subrayadas que tienen un tono de suave lirismo. Cito algunas sueltas: «El único hallazgo fue el desengaño»; «un siniestro baile de augurios»; «la palabra que permitiera morir sin pena»; «la retina mercenaria de la memoria», y así muchas otras. La palabra más citada en el libro es soledad, pero también aparece mucho la palabra tristeza. Términos grandes, abstractos, inabarcables, que en Marc Gual tienen un alcance preciso, sensitivo: es una soledad muy profunda, un vacío muy hondo; es una tristeza inevitable, sobria pero latente. Esto muchas veces va en sintonía con una ausencia frecuente, y así, se hace explícito el anhelo por la resurrección del padre muerto, como en el citado «Educación para las claras y las yemas»; la vida solitaria, asfixiante, se nota en la protagonista de «Lucidez de Sandra», cuento de trasfondo bélico como el que le sigue, titulado «Por las tardes», ambos ejercicios simbólicos, este último lleno de romanticismo en su historia de encuentros y desencuentros, en su dicotomía amor-guerra. Y sobrevolando todos estos contenidos, la recreación del miedo, como en «La disculpa», que tiene una frase extraordinaria: «... ocurrió que la tristeza se convirtió en coartada contra el miedo». Pues seguramente ese es el tema central de la narrativa marcgualiana: cómo enfrentarse al miedo de vivir, a veces mediante el personaje de un joven al que la muerte paterna le da tanta fortaleza como vulnerabilidad; eso le sucede a Samuel en «La disculpa», texto fabuloso; lean con atención la página 69: ahí está el poeta que con prosa desempeña su misión de explicar los vericuetos del alma. Ahí está el Marc Gual que aúna realidad y ensoñación en un solo párrafo, y acabamos el cuento admirados al ver cómo el chico inaugura su miedo ante la vida, hasta que lo vence, adoptando el espíritu valiente de su hermano, también desaparecido. Sutilísimo, precioso, inolvidable.

Esta primera parte del libro, los cuentos de lejos, se cierra con otro texto asombroso, magistral. Se titula «Todo el mundo lo sabe». No sé en qué año fue escrito, pero refleja a un autor experimentado, capaz de realizar artefactos literarios perfectos. Es otro relato fantástico, en el que lo maravilloso es la entrada para sondear nuestra propia soledad en la sociedad de hoy. Es un cuento tragicómico, la historia de Juan Sánchez, que es hallado crucificado en el rellano de su escalera. Cuando a Marc le dije que me parecía un cuento cómico, se sorprendió, pues naturalmente la situación de su protagonista es trágica. Esto da una idea de la riqueza de los cuentos de Marc, susceptibles de recibir interpretaciones diversas. Ese cuento para mí tiene el humorismo de las narraciones claustrofóbicas de Kafka, que leía a sus amigos los cuentos que hoy nos parecen dramáticos pero que entonces despertaban hilaridad. En un momento dado, en el cuento, se dice que «por algún lugar debe de andar la verdad; más silenciada que silenciosa, pero ni perdida ni oculta, y sin embargo quizá inaudible». Fíjense en el narrador de este cuento impresionante que nos proporciona otro de los grandes temas de Marc Gual, la busca y la ambigüedad de la verdad, que a veces sólo tiene reflejo simbólico, como diría Lispector, y que da cuenta a la vez de la mirada de otro personaje, que surgirá en una de las novelas que tiene en mente el autor.

Mi intención sería comentar cada texto, pero no es este el lugar ni el momento, desde luego. Pero diré algo más sobre algunos otros cuentos, casi siempre en torno a motivos familiares, de relaciones interpersonales muy arraigadas: quiero referirme al penúltimo de la primera parte, «Mentiras», una inquietante muestra de cómo una mujer se cree sus propias falsedades, pues Marc se pregunta dónde está y cómo es la verdad de las cosas; quiero destacar el tratamiento de la conciencia de la soledad del otro en «El gato», donde no pasa nada y sucede todo, pues el tema está en la hondura de la personalidad de los personajes. Desearía advertirles sobre el narrador que todo lo observa en «Las mujeres fuman», de nuevo una meditación sobre la orfandad en la que el narrador siempre va en busca de constatar (verbo fundamental en Marc Gual), mediante la escritura, lo recordado, escuchado o visto, descubriendo cómo (y cito) «la verdad persiste en su traje de sombra».

Para acabar con la referencia concreta a los cuentos, pondré el acento en el primero de la segunda parte, «El heredero», que en cierta manera, de entre los breves, es mi preferido. Y quiero destacarlo porque estos días a Marc le ha pasado una cosa entrañable: la reacción de un escritor, a partir del envío de este libro, al que admiramos ambos. Se trata de José María Conget, a mi juicio el mejor cuentista que hay en España. Y ese hombre que para mí es el número en las distancias narrativas cortas le dice en una carta a Marc Gual: «Todos los cuentos están muy bien pero "El heredero" es una maravilla», y luego añadirá que es su favorito. Y estoy plenamente de acuerdo, como digo: su protagonista, un anciano cascarrabias, es memorable, y el narrador, como en «Todo el mundo lo sabe», es un autor-observador que da fe de las historias oídas. Así, Marc es aquel cronista de la maldición que se preguntó para qué escribir, es el hombre que me escucha pacientemente durante años, es el que escribe al fin sobre lo que significa la existencia ajena que, siempre, acaba siendo la propia.

Sigo reproduciendo las palabras de Conget, que a partir de un fragmento específico de un cuento, dice de Marc que es «un escritor que ha reflexionado sobre las propias experiencias y es capaz de transmitir mediante el lenguaje la emoción que surge de la reflexión y de la memoria. Me bastó llegar a esas líneas de tu primer cuento para percatarme de que leía a un buen narrador, un excelente prosista. Terminé ayer tu libro, que se cierra con un relato maravilloso». Conget está aludiendo a «Un lugar en el mundo», título que remite a una esplendorosa película argentina que ustedes recordarán. Es verdad, qué increíblemente bien escrito está, esa primera página radiante, del protagonista que tiene un recuerdo que cobra la imagen metafórica de un barco náufrago en el mar, haciendo un juego con las aventuras del Corsario Negro. Es un conmovedor estudio de cómo el recuerdo relampagueante nos asalta, y cómo un pequeño objeto puede hacernos revivir un tiempo pasado marcado por el enamoramiento por una mujer. El cuento, además, técnicamente, es impecable, aportando algo muy difícil de desarrollar: el punto de vista narrativo se desarrolla desde una segunda persona que se dirige al protagonista. Por algo Conget resume así su visión de la narrativa de Marc: «Creo de verdad que tienes acento propio, imaginación, capacidad lingüística y dotes de narrador.» Esto se lo llevo diciendo yo veinte años, y ahora espero que me acabe de creer y que continúe escribiendo.

Para terminar, volveré a explicar algo sobre la andadura del libro. Marc ha tardado mucho en publicar, y a la vez, sólo ahora tenía que haber publicado. En estos años, yo he enviado, recomendado su obra en muchos lugares. Inexplicablemente, editoriales expertas en relatos, no han acogido a Marc, un escritor mucho mejor que la mayoría de escritores que yo veo publicados en tales sitios. Pero el azar hace muy bien las cosas. Seguí perseverando, y entonces lancé la propuesta de libro a una joven editorial, Paréntesis, a su editor, el gran escritor y traductor Antonio Rivero Taravillo, y éste ha hecho posible que el libro haya visto la luz. La excelencia se abre camino con dificultad, pero al final lo logra. Resulta emocionante, es como alcanzar la cima de una montaña a la que se ha dado vueltas, sin encontrar un camino que llevara hasta arriba, pero al fin se despeja un sendero y se divisa la cima. Además, el libro original ha mejorado ostensiblemente: el perfeccionista Marc, una vez sabido que el libro iba a ser editado, encontró un orden y una división de cuentos magnífica, y añadió varios textos de altísimo nivel.

Marc ahora está disfrutando de una sensación que yo tuve muy presente cuando vi publicado mi primer libro, en aquel viaje venezolano. Hacía poco había leído las memorias de Pablo Neruda, Confieso que he vivido; en ellas, contaba que para pagar la impresión de su primer libro, Crepusculario, de 1923, tuvo que vender sus muebles y empeñar su reloj (un regalo de su padre) y su traje negro de poeta. Y decía algo hermoso y verdadero: «Creo que ningún artesano puede tener, como el poeta la tiene, por una sola vez en su vida, esta embriagadora sensación del primer objeto creado con sus manos, con la desorientación aún palpitante de sus sueños. Es un momento que ya nunca más volverá. Vendrán muchas ediciones más cuidadas y bellas. (...) Pero ese minuto en que sale fresco de tinta y tierno de papel el primer libro, ese minuto arrobador y embriagador, con sonido de alas que revolotean y de primera flor que se abre en la altura conquistada, ese minuto está presente una sola vez en la vida del poeta». Pues bien, para mí ese minuto del que habla Neruda es esta tarde en la que nos encontramos, es el tacto de este libro.
Para acabar, les haré una confesión: a Marc no le gusta esta obra que lleva su firma; abre el libro, lo hojea, y tuerce el gesto, se revuelve en la silla, porque ve cómo podía haber cambiado aquí una coma, o allí elegido otro adjetivo. Es la reacción de todo gran escritor: la insatisfacción permanente ante lo realizado, la duda que se alimenta a sí misma y se vuelve creativa. Y es que la obra de Marc siempre está en marcha; es, ahora lo comprendo con la emoción del niño que descubre un tesoro, que en realidad su escritura no vive en este objeto llamado libro, sino en las paredes cambiantes, móviles, del cuento «La maldición del cronista»: palabras y frases que viajan, que surgen y desaparecen, continuamente renovadas en una espiral infinita. Espiral que sólo tiene un fin: la lectura que todos ustedes van a comenzar cuando salgan por esta puerta.